EL QUIJOTE, DE AYER A HOY
Por César Alonso DE LOS RÍOS/
LLAMAN los gobernantes a una celebración del aniversario de El Quijote. Malo. Me temo que saldrá poco, por no decir nada. Y no sólo porque de la burocracia cultural difícilmente pueda salir algo creativo, sino porque estamos viviendo en tiempos antiquijotiles o antiquijotescos o en todo caso sanchopancescos. ¿Cómo va a moverse la creatividad ante el que Unamuno llamó «el libro de España» si a la mayoría de los pensadores e intelectuales les quema la noción de España? ¿Cómo van a ir a la fuente cuando toman por envenenadas las aguas que salen de aquélla? Ni está el honor para reivindicaciones de Cervantes, hoy, ni de San Juan de la Cruz, mañana ni de nada que tenga que ver con nuestro ser y existir como pueblo y como nación. Por otra parte, ¿puede concebirse un gobernante menos quijotesco y menos caballeresco que este llamado José Luis Rodríguez Zapatero, al que le gusta quedarse en pantuflas en el calorcito del hogar y dejar que los demás se maten por causas ajenas, como insensatos? Ya dije en alguna ocasión que ZP se me hacía más Sancho Panza que caballero andante, y que lo del talante es cazurrería, gramática parda... De hecho él y sus socios entienden las naciones como ínsulas baratarias, que las quieren dadas, regaladas. Estados libres asociados dice el uno; comunidades nacionales, dice el otro. Panda de pícaros, panda de bribones que, además, se aprovechan de las fechorías criminales de la banda etarra.
EN estas circunstancias tan poco quijotiles sólo cabe esperar rutas folclóricas, gastronómicas, etnográficas y burocráticas por Castilla-La Mancha. ¿Cómo esperar de nuestros bien comidos y bien servidos intelectuales unas nuevas meditaciones a partir del Quijote mirando al mundo y cómo esperar de ellos una nueva reflexión sobre el ser histórico español cuando comparten con socialistas y nacionalistas la actual revuelta contra España, contra esta patria que ellos toman como generadora de fundamentalismo y esencialismos?
Así que este comienzo de siglo no va a tener que ver nada con nuestro patrimonio cultural. La reacción contra el Desastre del 98 y contra los nacionalismos emergentes, tanto en la sociedad como en las minorías intelectuales, produjo una verdadera eclosión de investigaciones y ensayos en torno a Cervantes. En efecto, Miguel de Unamuno escribe su «Vida de don Quijote y Sancho»; Azorín, «La ruta de don Quijote»; Ramiro de Maeztu, «Don Quijote, don Juan y la Celestina»; José Ortega y Gasset, «Meditaciones del Quijote»; estudios de Menéndez-Pidal sobre El Quijote, y ya en la década de los veinte, «Guía del lector de El Quijote», de Salvador de Madariaga y el «Pensamiento de Cervantes», de Américo Castro...
ES este un momento de signo cultural y político muy distinto a aquél. No hizo falta entonces que ningún presidente quisiera ocultar su descreimiento en la nación española con montajes burocráticos y llamamientos a evocaciones cervantinas. Si desde hace años se viene cultivando un desinterés activo por todo aquello que puede definirnos colectivamente, ¿por qué habría de hacerse una excepción con el libro más profundo de toda nuestra literatura (al decir de Ortega y Gasset) y con uno de los mitos más universales?
En este momento de los Carod, los Maragall y los Zapatero lo que interesa es la agilización de los trámites -legales, eso sí- para la creación de unas cuantas ínsulas baratarias.
LLAMAN los gobernantes a una celebración del aniversario de El Quijote. Malo. Me temo que saldrá poco, por no decir nada. Y no sólo porque de la burocracia cultural difícilmente pueda salir algo creativo, sino porque estamos viviendo en tiempos antiquijotiles o antiquijotescos o en todo caso sanchopancescos. ¿Cómo va a moverse la creatividad ante el que Unamuno llamó «el libro de España» si a la mayoría de los pensadores e intelectuales les quema la noción de España? ¿Cómo van a ir a la fuente cuando toman por envenenadas las aguas que salen de aquélla? Ni está el honor para reivindicaciones de Cervantes, hoy, ni de San Juan de la Cruz, mañana ni de nada que tenga que ver con nuestro ser y existir como pueblo y como nación. Por otra parte, ¿puede concebirse un gobernante menos quijotesco y menos caballeresco que este llamado José Luis Rodríguez Zapatero, al que le gusta quedarse en pantuflas en el calorcito del hogar y dejar que los demás se maten por causas ajenas, como insensatos? Ya dije en alguna ocasión que ZP se me hacía más Sancho Panza que caballero andante, y que lo del talante es cazurrería, gramática parda... De hecho él y sus socios entienden las naciones como ínsulas baratarias, que las quieren dadas, regaladas. Estados libres asociados dice el uno; comunidades nacionales, dice el otro. Panda de pícaros, panda de bribones que, además, se aprovechan de las fechorías criminales de la banda etarra.
EN estas circunstancias tan poco quijotiles sólo cabe esperar rutas folclóricas, gastronómicas, etnográficas y burocráticas por Castilla-La Mancha. ¿Cómo esperar de nuestros bien comidos y bien servidos intelectuales unas nuevas meditaciones a partir del Quijote mirando al mundo y cómo esperar de ellos una nueva reflexión sobre el ser histórico español cuando comparten con socialistas y nacionalistas la actual revuelta contra España, contra esta patria que ellos toman como generadora de fundamentalismo y esencialismos?
Así que este comienzo de siglo no va a tener que ver nada con nuestro patrimonio cultural. La reacción contra el Desastre del 98 y contra los nacionalismos emergentes, tanto en la sociedad como en las minorías intelectuales, produjo una verdadera eclosión de investigaciones y ensayos en torno a Cervantes. En efecto, Miguel de Unamuno escribe su «Vida de don Quijote y Sancho»; Azorín, «La ruta de don Quijote»; Ramiro de Maeztu, «Don Quijote, don Juan y la Celestina»; José Ortega y Gasset, «Meditaciones del Quijote»; estudios de Menéndez-Pidal sobre El Quijote, y ya en la década de los veinte, «Guía del lector de El Quijote», de Salvador de Madariaga y el «Pensamiento de Cervantes», de Américo Castro...
ES este un momento de signo cultural y político muy distinto a aquél. No hizo falta entonces que ningún presidente quisiera ocultar su descreimiento en la nación española con montajes burocráticos y llamamientos a evocaciones cervantinas. Si desde hace años se viene cultivando un desinterés activo por todo aquello que puede definirnos colectivamente, ¿por qué habría de hacerse una excepción con el libro más profundo de toda nuestra literatura (al decir de Ortega y Gasset) y con uno de los mitos más universales?
En este momento de los Carod, los Maragall y los Zapatero lo que interesa es la agilización de los trámites -legales, eso sí- para la creación de unas cuantas ínsulas baratarias.
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